El salitre de la memoria: La odisea del Deriguerina

Hace hoy 81 años, más de mil niñas y niños partieron rumbo a la URSS desde el puerto de El Musel, en plena caída del Frente Norte. Lo hicieron a oscuras, intentando evitar llamar la atención de la flota enemiga, y, en no pocas ocasiones, para no volver jamás. O para tardar en hacerlo.

Aquella noche hasta el olor del ocle batido por las olas del Cantábrico quedaba larvado a favor del de la madera quemada por la metralla de los aviones alemanes. La guerra avanzaba rápido en un norte a punto de caer derrotado bajo el yugo y las flechas de las tropas sublevadas y, en El Musel, se agolpaban más de dos mil almas en pena. Las órdenes eran estrictas: solo zarparían los niños, con la única excepción de algunas enfermeras y maestras. Cupieron mil doscientas personas que recorrieron las mareas, las tormentas y hasta el peligro, cuando se dirigían rumbo Burdeos, de ser interceptadas por el enemigo. Su destino: la URSS, el país que se había comprometido a acogerlos hasta la llegada de una paz que tardaría casi cuarenta años en llegar.

Cupieron solo mil doscientas personas. Hijas, hijos, nietas, hermanos. El resto -padres, madres, abuelas, abuelos- se quedaron bajo las bombas y la incerteza de un país que se desmoronaba y tornaba tan gris como todo aquel ocle reseco y rancio que, al zarpar, dejó sobre el hormigón del puerto el carguero Deriguerina.

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