Sucedió lo que tenía que suceder
|Sucedió lo que tenía que suceder: que Luisa se hizo viciosa.
Es cita textual de La Correspondencia de España del 16 de septiembre de 1913 y se refiere a la infame Luisa Sánchez Noguerol, es decir, a la contundente señorita que posa, ondas al agua mediante, al lado de estas líneas.
Para la mentalidad de la época no era extraño que Luisa acabase como acabó teniendo en cuenta la más trágica que cómica historia familiar que acarreaba a sus espaldas. Todo había empezado con el padre, que será parte importante en la historia que nos incumbirá más adelante. Manuel Sánchez López, que así se llamaba, había llegado a capitán del ejército en la Galicia de finales del siglo XIX, si bien este hecho no embelleció en absoluto sus malos hábitos: Sánchez solía frecuentar burdeles de baja estofa y casas de juego clandestino, y sería más tarde apartado de grandes responsabilidades en su carrera militar a causa de estos y otros desmanes. De su matrimonio con Luisa Noguerol, una rotunda gallegona con amor a la botella, sacó siete hijos, muchos disgustos y, finalmente, la huida transoceánica de la mujer, cansada de recibir palizas y sacar adelante a una vorágine de críos maleducados.
Desde luego, alguien tan fanfarrón como Sánchez no pudo admitir nunca que su mujer lo había abandonado. Incluso después de trasladarse a Madrid, la gran ciudad donde no había de dar cuentas a nadie, solía vérsele, vaso de vino perronero en mano, en la taberna de turno asegurando que la razón de la ausencia de la madre de sus hijos era que él la había asesinado con sus propias manos. A nadie le habría extrañado: Manuel era un hombre de carácter hosco y endemoniado, que solía enzarzarse en disputas cada noche con desconocidos y cuyos hijos siempre iban marcados de moratones. También Luisa. Pero ella era también la más parecida a la madre ausente, la mayor y la más formada. Las visitas del padre a su cama se venían sucediendo cada noche desde que la joven era mujer a efectos biológicos, aunque no legales. Fue por eso que, por más que lo intentó, Luisa no pudo escapar ni de aquella casa, ni del padre.
Así llegó 1913. Luisa acababa de cumplir los veinte años y un tinte rubio en el pelo cuando conoció al infortunado Rodrigo García Jalón, un viudo cincuentón bien situado en Divino Pastor, 2 abiertamente apasionado por las mujeres entradas en carnes, profesionales o no, que se pasó meses insistiendo en intimar con ella. Al enterarse, Manuel se frotó las manos y animó a su hija a mantener relaciones carnales con Jalón, para así sacarle las perras, las chicas y las gordas. Y, por si acaso los ánimos fueran poca cosa, también se ofreció el viejo capitán a poner cama y casa. Así, pensaba, mientras el viejo hacendado gozaba de los placeres sexuales con la muchacha, sería fácil robarle la cartera e, incluso, a la salida del cuarto, fingirse padre deshonrado y obligarle a pasarle un dinero mensual a cambio de no destapar el escándalo. Todo parecía perfecto.
Pero quién sabe cómo fue. Quizás, cuando Rodrigo y Luisa se dirigían a la cama prometida, a Manuel le asaltaron los nervios de repente; o quizás le llevara la codicia de última hora, esa que llega de repente y hace cometer actos sin sentido que después, como es el caso, se pagan caros. El caso fue que el capitán decidió no llevar a cabo la comedieta acordada y se lanzó directamente a Jalón, matándole de dos bruscos martillazos en medio del pasillo.
El crimen perfecto siempre acaba fallando en el momento en el que se comete: no es fácil deshacerse de un cadáver. Y vive Dios que aquella tarde, la del desgraciado 24 de abril de 1913, el capitán Sánchez y su peliteñida hija lo intentaron. Pero no hubo manera humana. Lo intentaron descuartizando al desgraciado viudo, tirando parte de sus restos al retrete (con el resultado de una incómoda obstrucción), quemándolos en la cocina (produciéndose un olor tan desagradable que no se iba ni siquiera cuando derramaron encima de la carne una botella entera de aceite, ni después, cuando probaron con petróleo) y, finalmente, emparedándolos.
Las alarmas saltaron cuando, semanas después, los albañiles que llegaron a arreglar el desaguisado del retrete encontraron en las tuberías restos de carne que, aunque un nerviosísimo Manuel insistía eran los de un par de conejos echados a perder, hicieron que la policía fuera avisada de inmediato. A finales de mayo, cuando los agentes se presentaron en la casa, se encontraron, primero, con un cuarto vacío, con desconchones aparentemente voluntarios repartidos por toda la pared y una inmensa lámpara que parecía tapar las manchas de lo que había sido el descuartizamiento de algo bastante más grande que un par de conejos. Y, segundo, con los restos ya esqueletizados del desgraciado Jalón ocultos tras un tabique de reciente creación en la casa.
El crimen del capitán Sánchez hizo derramar litros de tinta en las imprentas de toda España y cientos de dimes y diretes en los mentideros de la capital. Efectuado el juicio a padre e hija tras el verano de 1913, la ejecución de Sánchez no se hizo esperar aunque, de cualquier modo, su condición de militar de rango le valió, al menos, que ésta fuera rápida y, desde luego, más digna que la habitual por garrote, que tenía vileza hasta en el nombre: fue fusilado el 3 de noviembre. Luisa, considerada en todo momento una pobre víctima de la situación, fue llevada a entrevistar a varias redacciones de la capital e ingresó, al tiempo que su padre era ejecutado, de forma perpetua en una prisión de mujeres. Los periódicos relataron sus primeros días allí, incidiendo en su buena conducta: como cuando, por ejemplo, al día de ingresar fue finamente vestida con blusa blanca, lazos azules y falda del mismo color a comulgar. Se olvidaron de ella, como suele suceder, a los pocos días. Hoy en día, por supuesto, ya estará muerta; pero probablemente nunca sabremos ni cuándo ni cómo, ni cuál fue su versión de los hechos una vez faltó el padre.
Pero, como un crimen sin incógnitas no es crimen…
¿puede un cadáver esqueletizarse en apenas un mes?
¿transportaba realmente aquella carreta los restos de Rodrigo García Jalón?
en cualquier caso… ¿fue Luisa tan inocente como la moralidad de la época, que atribuía escasa iniciativa a la personalidad femenina por el mero hecho de serlo, quiso hacer ver?
El crimen ocurrió hace ya noventa y siete años. Tiempo hay para pensar las respuestas.
Imágenes y fuentes: Mundo Gráfico, El País y La Correspondencia de España. Todos ellos disponibles en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España.