Los negros que quisieron ser blancos

Hace unos días, Google lanzó la enorme hemeroteca que nos había prometido hace un par de años: más de tres mil títulos procedentes, de momento, de Canadá, EEUU y también algunos países centro y sudamericanos. Si bien no ha sido todo lo que nos esperábamos (no me cansaré de repetir lo necesario que es el OCR), los miles de páginas escaneadas son una delicia para el mundo de la Historia.

La hemeroteca incluye los títulos The Afro American, con todos sus números de 1902 a 1992, y The Afro American Ledger, de1906 a 1917 (en realidad ambos son una única publicación), en los cuales me centraré hoy para explicar como algo aparentemente tan frívolo como es la estética puede ayudarnos a comprender muchas cosas del pensamiento de una sociedad.

The Afro American Ledger fue fundado en 1900 en Baltimore, en nombre del interés de la raza y, por tanto, poco sospechoso de ser un extraño subterfugio racista antinegros. Sin embargo, para cualquiera que curiosee en los números de principios de siglo, le llamará la atención el elevado número de anuncios de productos para cuidar el pelo y la piel: marcas como Curl-i-Cure, Ozonized Ox Marrow, Ozono o Nelson’s sostenían económicamente la publicación del periódico mediante la inserción de enormes cuadros ilustrados publicitando sus curiosos productos… que dejaban un pelo totalmente liso y aclaraban la piel.

Estos productos solían estar fabricados con tuétano de toro o aceite de ricino, supuestamente indicados para alisar el pelo y se anunciaban con elaboradas imágenes de antes y después en las que la estética natural de aquellas personas para las que iban indicados, es decir, personas afroamericanas, fundamentalmente mujeres, se retrataba de forma asalvajada. Los rizos naturales formaban una mata de pelo imposible de peinar, las pieles se coloreaban de forma que pareciera que, más que oscuras, eran sucias, los rasgos (narices anchas, labios gruesos) se exageraban e, incluso, en ocasiones la figura se vestía con trajes propios de esclavas y no de mujeres libres. En contraposición, la imagen del después de era prácticamente una mujer caucásica, con rasgos europeos, bien vestida y peinada e impecablemente presentada.

El objetivo, no cabe duda, era parecerse lo más posible a los blancos. Y no por una mera cuestión de estética.

Porque no sólo se aludía a ella, sino también al status social. Así, en un anuncio de 1919 podemos leer:

Hombres y mujeres afroamericanos. Proteged vuestro futuro: sed atractivos. Cambiad las cadenas que lleváis arrastrando durante décadas por la prosperidad y la felicidad que legítimamente os pertenecen. Aplicáos la Pomada Black & White directamente del envase y seréis la envidia de todos.

Legalmente los negros eran libres sí, pero no lo serían del todo hasta que no se equiparasen incluso estéticamente con los blancos, y, esta vez, eran ellos mismos quienes lo decían. Dentro de la propia comunidad negra de la época,  sólo medio siglo después de la abolición de la esclavitud, aquellos que tenían más poder tanto económico como social eran, evidentemente, los que habían emparentado no muy atrás con los blancos y cuyas características raciales, por tanto, estaban suavizadas. Los negros más ricos eran los que tenían la piel más clara, el pelo más liso y los labios más finos. Y este hecho, acompañado de la ancestral tendencia humana a diferenciarse de lo que se considera vulgar tan sólo en lo que se ve desde fuera, hizo que el negocio del siglo para inventores, mercachifles y empresarios emprendedores dentro de la propia comunidad negra fuera la caucasización del pelo y la piel.

Aún hoy se considera como un hito de la historia afroamericana, irónicamente, el éxito de Sarah Walker, más conocida como Madam CJ Walker, la primera empresaria de color que, tras haber nacido esclava, amasó una pingüe fortuna con la comercialización de productos capilares entre los cuales se incluían, por supuesto, geles alisadores y, como novedad dentro de la comunidad negra, la plancha eléctrica, con la que se conseguía convertir un encrespado pelo africano en una melena que, de tan lisa, era prácticamente oriental.

Aunque muchos miembros de la comunidad negra estadounidense se daban buena cuenta de este fenómeno y protestaban por él, las voces contrarias a la moda de la caucasización no fueron prácticamente escuchadas hasta el mismo momento en el que empezó a surgir el movimiento por los derechos civiles, ya bien entrados los años 50. Previamente, en los años 40, un estudio de Kenneth y Mamie Clark demostró que la caucasización había hecho mella: la mayoría de las niñas afroamericanas preferían jugar con muñecas blancas y rubias, rechazaban a aquellas que tenían un color de piel más oscuro y, cuando se les pedía que dibujasen a una mujer ideal, dibujaban a una blanca. El mensaje había calado.

Apenas un año antes de morir asesinado, el propio Malcolm X afirmó que él, en su juventud, también había caído en la moda de alisarse el pelo para «parecer más blanco». Eran los años 60 y el tuétano de toro y el aceite de ricino se habían sustituido por las planchas y los tintes rubio platino que parecían inundar las calles de todas las ciudades estadounidenses:

(tras alisarme el pelo) yo mismo me había unido a la multitud de hombres y mujeres negros en América con el cerebro lavado, que pensaban que las personas negras eran inferiores, y las blancas superiores, y que lo pensaban tanto como para violar y mutilar los cuerpos que les había dado Dios con el único objetivo de ser «guapos» según los estándares de los blancos.

Surgiría entonces el movimiento Black is Beautiful en contraposición contra la moda de aclararse la piel y el pelo de la comunidad afroamericana se elevó orgulloso hasta formar el estilo Afro, y la misma publicación que años atrás había publicitado todos aquellos productos ahora vistos como un síntoma del más rancio racismo se haría eco de ello. Pero eso… eso ya es otra historia.

Más en Hair Rising: Beauty, Culture, and African American Women (1963), de Noliwe M. Rooks y con previsualización disponible en Google Books

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