El vecino de enfrente
|El 7 de mayo de 1899 se inauguró en la gijonesa plaza del Seis de Agosto el Mercado del Sur. El moderno mercado dejó en un segundo plano al viejo, el cubierto de la plaza del Instituto, que se usaba desde 1876.

Pasadas las frías mañanas de invierno, me asomo al balcón de mi alcoba por donde entra la luz primaveral envuelta en fragancia recogida de los bostezos matutinos de las flores, y lo primero que advierto es á mi vecino. Bajo y regordete, franco y amable es toda su forma y psicología. Madruga mucho, y ya cuando abre las puertas de su habitación están esperando, para saludarle, varias mujeres, algunas jóvenes y las más ya entradas en años, las cuales entran en la casa de mi vecino como Pedro por la suya. A pesar de la abundancia de maledicencia, nadie critica aquellas visitas tan de mañana. A medida que ésta va avanzando, las visitas van creciendo. Salen unas y entran otras. De vez en cuando, vese algún hombre, que ya por curiosidad, ya por condición especial, penetra en la casa de mi vecino, mezclándose con el rum, rum que allí forman las mujeres. La autoridad merodea la casa de mi vecino y nada dice. El público tampoco. De las doce en adelante las visitas van disminuyendo, quedando solamente conmi vecino de enfrente varias viejas que pasan la tarde gruñendo y haciendo revista de todo y de todos. Cae la luz y con ella las pesadas llaves sobre los cerrojos de la casa de mi vecino, y queda todo en silencio sólo turbado por los pasos del guardia que se bambolea por la amplia habitación, ó por el perro de la casa que ladra riñendo con los gatos que entran y salen como únicos visitantes nocturnos.
Hace unos días que encuentro á mi vecino algo triste, como si llevara luto en el corazón; y preocupándome cómo podía estar descontento un hombre tan favorecido por mujeres, procuré indagar la causa de aquel malhumorado semblante.
Para conseguir mi objeto, fuí á buscar en la fuente de la chismografía, agua con que saciar mi curiosidad, y anhelante, esperé la salida de las viejas que por la tarde hacen la corte á mi vecino, y las seguí calle abajo.
Llevaban conversación animada.
– Mialma que está tristón, dijo una.
En seguida me figuré que hablaban de mi vecino.
– ¡Arreniego, nunca tal oí! ¿Qué dices, muyer? ¡Tristón! Eses son feguraciones vuestres… lo vieyo siempre será vieyo, y la costumbre ye la costumbre… el nuestro tendrá siempre visites, ansí rabie quien rabie- dijo una de caders anchas, paso tardío y cara insultante, poniéndose en jarras y sorbiendo los mocos.
Por lo que seguí oyendo pude conjeturar que á mi vecino le había salido un competidor que tenía estas señas que recojo de la boca de una de mis perseguidas.
– Yo no lu ví; porque está mal que una ande cambiando, como si fuera cualquier cosa; pero dicen que el otru ye más guapu, más frescu y más…
No quise oír más, me ruboricé pensando solamente que mi vecino estuviese aguijoneado por la envidia.
Otro, otro más guapo y más limpio le quitaba aquellas visitas de mujeres y de afeminados.
¡Qué curiosidad tendrá el lector por conocer á mi vecino!
¡Y quién no le conoce! Asomáos conmigo al balcón de mi alcoba por donde entra la luz primaveral envuelta en fragancia recogida de los bostezos matutinos de las flores, y lo primero que advertiréis es á mi vecino de enfrente, al mercado cubierto, que está triste porque allá, junto a Jovellanos, se ha levantado otro, digno de capital de primer orden por su toilée y holgado servicio, que como los periódicos nuevos ha venido á llenar un vacío, y ha calmado un poco el incesante rumor de la oleada humana, ¡qué bonito!, qué visita a mi vecino, el cual con su melancolía y tristeza, me llena de gozo, aunque parezca mentira, y mece mi sueño ¡ay! tantas veces turbado por la barahúnda y el desorden, que forman los que van a comprar y vender, ese eterno problema de la lucha por la existencia…
Publicado originalmente en EL NOROESTE, martes 13 de mayo de 1899.